¿Qué razón puede llevar a un hijo o hija de Venezuela, portadores todos del fuego indeleble contra la opresión extranjera, a levantar la mano de quien pretende hollar el suelo de la Patria y hace sufrir al pueblo? Por más que le damos vueltas al asunto, por muchos intereses económicos que puedan quedar en el camino de la sedición y la traición, no encontramos argumentos válidos para tan infame conducta. ¿Cuál es el propósito? ¿Incendiar como Nerón la grandeza de su Patria para luego administrar sus cenizas? Intentar lavar la voluntad imperialista de saquear inmisericordemente nuestras riquezas, sacrificando la vida de nuestro pueblo, no puede entrar en el raciocinio de los hijos de Bolívar y su fuego libertario.
Necesario es revisar la historia de nuestra independencia para comprender que siempre han existido los oportunistas, aquellos grupos e individuos que se entregan a la tentación y a las mieles de la opresión, siempre y cuando puedan reservarse unas pocas migajas materiales o prebendas políticas. Se percibía ya una notable tensión en el proceso para llegar a la Declaración de Independencia en 1810-11 entre aquellos que proponían la libertad temporal como mecanismo de salvaguarda de las propiedades coloniales de Fernando VII. Su propuesta era poder devolver en un tiempo perentorio al Rey sus intereses ultramarinos. Como contra parte, desde la Sociedad Patriótica, ya clamaba Bolívar en un célebre discurso la resolución definitiva de este conflicto en pro de los intereses venezolanos:
“Se discute en el Congreso Nacional lo que debiera estar decidido. ¿Y qué dicen? Que debemos comenzar por una confederación, como si todos no estuviésemos confederados contra la tiranía extranjera. Que debemos atender a los resultados de la política de España ¿Qué nos importa que España venda a Bonaparte sus esclavos o que los conserve si estamos resueltos a ser libres? Esas dudas son tristes efectos de antiguas cadenas. ¡Que los grandes proyectos deben prepararse con calma! Trescientos años de calma ¿no bastan? La Junta Patriótica respeta, como debe, al Congreso de la nación, pero el Congreso debe oír a esta Junta Patriótica, centro de luces y de todos los intereses revolucionarios. Pongamos sin temor la piedra fundamental de la libertad suramericana: vacilar es perdernos”
Esta dualidad, esta tensión entre emancipación plena y la entrega, vive en la identidad política venezolana, y con ella hemos lidiado siempre.
Durante toda la lucha independentista se debió batallar contra la dualidad de los operadores políticos nacionales. Entre victorias y reveses se fue afianzando nuestra independencia y con ella la capacidad del Libertador para interpretar la realidad de cada uno de los actores que hacían vida en la política y la guerra en disputa. El 7 de septiembre de 1814, en el Manifiesto de Carúpano, Simón Bolívar hace una reflexión sobre las causas de la caída de la Segunda República. En uno de los pasajes habla de esas personas que de alguna forma aún pretenden vivir bajo el imperio español: “No es justo destruir a los hombres que no quieren ser libres, ni es libertad la que se goza bajo el imperio de las armas contra la opinión de seres fanáticos cuya depravación de espíritu les hace amar las cadenas como vínculos sociales”
Desde esa capacidad de inclusión, de comprender que la libertad es para todos, incluso para aquellos que no la quieren y que prefieren seguir bajo el despotismo de la Corona Española, Bolívar los asume a estos grupos como parte integral del país. El Libertador sigue el camino de la construcción de una nación indivisible ante los intereses extranjeros y convoca la necesidad de hacer Patria para todos, incluso para aquellos que no la reconocen y de alguna forma no se sienten parte de ella.
Luego de las gestas independentistas se desataron numerosos conflictos internos y escaramuzas que atentaban contra la integridad nacional, pero ningún evento amenazó tanto la soberanía nacional y la existencia misma de la Patria, como el bloqueo naval a las costas venezolanas de 1902. La visión soberana de Cipriano Castro llevó a las potencias de su tiempo a intervenir nuestro país de la forma más intempestiva, violenta y perniciosa. La respuesta del Presidente Castro, como nacionalista, firme seguidor de la doctrina Bolivariana, fue la convocatoria a todos los sectores del país, independientemente de sus creencias, estatus o postura política, para la defensa integral de los intereses nacionales. Así quedó plasmado en el siguiente fragmento de a su insigne proclama:
“(..)Pero la justicia está más de nuestra parte, y el Dios de las Naciones que inspiró a Bolívar y a la pléyade de héroes que le acompañaron en la magna obra de legarnos, a costa de grandes sacrificios, Patria, Libertad e Independencia, será el que en estos momentos decisivos para la vida de nuestra nacionalidad, nos inspire en la lucha, nos aliente en el sacrificio y nos asista en la obra también magna de consolidar la Independencia Nacional. Por mi parte, estoy dispuesto a sacrificarlo todo en el altar augusto de la Patria; todo, hasta lo que pudiera llamarse mis resentimientos por razón de nuestras diferencias intestinas. No tengo memoria para lo que de ingrato pueda haber en el pasado. Borrados quedan en mi pensamiento de político y de guerrero todo lo que fue hostil a mis propósitos, todo lo que ha podido dejar una huella de dolor en mi corazón. Delante de mí no queda más que la visión luminosa de la Patria, como la soñó Bolívar, como la quiero yo”.
Este testamento político no eran sólo palabras, estuvo acompañado de una convocatoria nacional total para la defensa de la Patria. Incluso a sus más enconados rivales políticos y militares, que estaban encarcelados, les llamó a la nueva liberación del suelo patrio ante la amenaza extranjera. Uno de los personajes más característicos fue José Manuel “El Mocho” Hernández, quien se había alzado en armas contra Castro un par de años antes y estaba preso en el Cuartel San Carlos. Una vez liberado ante la amenaza extranjera lanza esta firme declaración: “Apenas aspiré el aire de la Libertad recibí junto con él la noticia de que la planta del extranjero ha hollado nuestro suelo ¡No he necesitado más! La Patria está en peligro y yo olvido todos mis resentimientos para acudir en su auxilio”.
Hoy la Patria enfrenta la mayor amenaza de su historia reciente. Da tristeza que haya una fracción del país que ha propiciado y colocado en bandeja de plata la posibilidad de que sea hollada la dignidad nacional. Desde una postura mezquina, irreflexiva y ahistórica, la oligarquía venezolana, al servicio de la élite gobernante estadounidense, promueve y justifica sanciones y bloqueos contra el pueblo. Sólo reciben migajas por la entrega de la riqueza nacional y se la disputan como animales de rapiña en tristes escenas de corrupción trasnacional. Cualquier acción de esa oposición venezolana compuesta por una pléyade de espíritus genuflexos al poder imperial, va dirigida a vulnerar la dignidad y la historia libertaria que nos determina.
Estos ¿compatriotas? nos hacen recordar al Apóstol cubano, José Martí, en su impecable publicación, Nuestra América:
“A los sietemesinos sólo les faltará valor. Los que no tienen fe en su tierra son hombres de siete meses. Porque les falta valor a ellos, se lo niegan a los demás. (…) ¡Estos hijos de carpintero, que se avergüenzan de que su padre sea carpintero! ¡Estos nacidos en América, que se avergüenzan, porque llevan delantal indio, de la madre que los crió, y reniegan, ¡bribones!, de la madre enferma, y la dejan sola en el lecho de las enfermedades! Pues, ¿quién es el hombre? ¿El que se queda con la madre, a curarle la enfermedad, o el que la pone a trabajar donde no la vean, y vive del sustento en las tierras podridas con el gusano de corbata, maldiciendo el seno que lo cargó, paseando el letrero de traidor en la casaca de papel? ¡Estos hijos de nuestra América, que ha de salvarse con sus indios, y va de menos a más; estos desertores que piden fusil en los ejércitos de la América del Norte, que ahogan en sangre a sus indios, y va de más a menos! ¡Estos delicados, que son hombres y no quieren hacer el trabajo de hombres! (…)”
Por ello, el Presidente Nicolás Maduro nos convoca a cerrar filas en defensa de nuestra sagrada soberanía. Y a ellos, también los convoca. Debemos entender como nación unida que el ataque ya no está velado, que ya no hay dudas al respecto, no entra en el terreno de la interpretación: nos amenazan con una invasión militar, mientras imponen un bloqueo salvaje que golpea al pueblo venezolano en sus necesidades más sentidas. Es un bloqueo que está claramente definido con el propósito de intervenir en los asuntos internos del país y, desde afuera, alterar el curso democrático que ha definido el pueblo venezolano. Los voceros de la Administración Trump, desde una absurda obsesión por la figura de Nicolás Maduro y contra el Socialismo Bolivariano, que cabe destacar, pone en duda su cordura, lanzan ofensas y amenazas a la integridad del pueblo venezolano. Actúan al margen del Derecho Internacional y se escudan en esa auto percepción de policía, juez y verdugo del mundo para justificar, con la venia u obligando a esos lacayos internos, su fundamentalismo racista que pretende acabar con la dignidad nacional.
Por nuestra parte estamos cada vez más convencidos de estar del lado correcto de la historia. Seguimos los pasos y la visión de Simón Bolívar, de Hugo Chávez. La independencia y la soberanía no son una posibilidad, son siempre certeza y constituyen una obligación patriótica ineludible. Retomando el concepto de Bolívar, ojalá esos “seres fanáticos de espíritu depravado”, reflexionen. Que surjan los “Mocho Hernández del siglo XXI”, que más allá de las diferencias internas, no acepten imposición ni chantajes de potencias extranjeras y se pongan al lado y a la altura del pueblo patriota que, más allá de las dificultades, es capaz de dar su vida una y mil veces por su Patria, su independencia y su libertad. “Somos la posibilidad del porvenir”, como dijo el poeta Chino Valera Mora.