¿Hacia dónde se dirige el mundo? ¿Cuál es el sentido del valor de la humanidad en cuanto a comunidad y reconocimiento de los padecimientos del otro u otra? El 2020 es una oportunidad de oro para reflexionar y establecer nuevos principios para la vida común, buscar el cierre de la brecha entre los que tienen más y los que más necesitan a lo largo y ancho del globo terráqueo. Pero para ésto hay un obstáculo significativo: el egoísmo ciego y voraz que dictamina la lógica del capitalismo. Alzar nuestra voz contra ésto no es una novedad para la Revolución Bolivariana: el Comandante Hugo Chávez siempre lo incorporó en cualquier espacio de participación multilateral. Recordamos las palabras de su alocución en 2009 ante la Asamblea General de la ONU, cuando hacía un balance del momento de esplendor de los pueblos latinoamericanos que recuperaban su dignidad de la mano de gobiernos con un indoblegable sentido popular, y se proyectaban como una revolución salvadora de la especie humana: “Esa revolución, no se han dado cuenta algunos, hermanas y hermanos, es el inicio del camino a la salvación de este planeta, a la salvación de la especie humana amenazada por el capitalismo, por el imperialismo, por la guerra, por el hambre. Es la revolución necesaria”. Reconocemos el espíritu que moviliza al Sistema de Naciones Unidas, en su interpretación de las necesidades de la humanidad, para mantener la paz y la seguridad en un mundo desigual, en medio de innumerables empeños de dominación. La Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) son el camino para llegar a un mundo más justo, con posibilidades de sustentación en el largo aliento. Si la humanidad lograse cumplir con los objetivos en el año 2030, estaríamos en presencia de una Revolución global. Pero tenemos que hacer un llamado de atención sobre la factibilidad de este plan. No nos engañemos y no nos dejemos engañar: no es posible alcanzar estos objetivos en el marco del capitalismo. Es ingenuo pensar que los dueños del poder, los adictos a la acumulación, aquellos que creen en las peregrinas tesis del darwinismo social y piensan que la muerte de los pobres es un proceso natural del metabolismo de la humanidad, facilitarán las drásticas acciones que hay que seguir para poder cumplir todos juntos, al menos, los cuatro primeros ODS: fin de la pobreza, hambre cero, salud y bienestar y educación de calidad. Llegar a concretar la Agenda 2030, sería un duro golpe al lucro y la expansión indebida y especulativa del capital. Su Santidad, el Papa Francisco, en una sentida reflexión de lo que han dejado estos tiempos de pandemia, señalaba sin tapujos: “cuando la obsesión por poseer y dominar excluye a millones de personas de los bienes primarios; cuando la desigualdad económica y tecnológica es tal que lacera el tejido social; y cuando la dependencia de un progreso material ilimitado amenaza la casa común, entonces no podemos quedarnos mirando”. Coincidimos. No son sólo palabras ni consignas, es la verificación empírica de lo que sucede en el mundo. Mucho alardean el capitalismo y su modalidad de democracia corporativa sobre su capacidad para generar “igualdad de oportunidades”. Es toda una ficción propagandística. Para que, eventualmente, algún sistema de organización social produzca igualdad en las oportunidades para los individuos y colectivos, la condición previa sine qua non es garantizar de manera general y universal la igualdad de condiciones. Aquello que el Libertador Simón Bolívar elevó a las categorías de “la igualdad establecida y practicada”. La igualdad establecida en la letra muerta de las leyes, restringida por el sistema de acumulación y dominación, no es sólo insuficiente, es ficticia, irrealizable, es un fraude. La Agenda 2030 de la ONU, con sus Objetivos de Desarrollo Sostenible y sus metas, significa en la práctica un gran esfuerzo por avanzar en la generación de igualdad de condiciones. Es decir, por su propia naturaleza, es inviable bajo las ataduras del capitalismo. Si fuera interpretada con rigor, pudiese considerarse un instrumento anti capitalista. Por supuesto que a la burocracia ONU no le conviene presentarla así. En la extraña dialéctica de nuestra Organización, pretenden lograr objetivos para cambiar el mundo, pero le temen y viven del sistema que determina el mundo. Es, en todo caso un desafío lograr que, otra vez con Bolívar, Naciones Unidas pueda ayudar a construir aquel sistema de interrelación multilateral que le brinde la mayor suma de felicidad a los pueblos. Tratemos de fundamentar con datos actuales y de fuentes no cercanas las afirmaciones anteriores. Revisemos el más reciente informe elaborado por la organización Oxfam, que, si bien tiene prestigio por su carácter altruista, no es conocida por ser anti sistema. Comencemos con la repartición de dividendos que han hecho las grandes empresas desde finales del año pasado. Si bien pudiéramos acotar que ésto podría formar parte de las dinámicas económicas y financieras naturales del mundo empresarial, lo que es menos justificable es que este movimiento haya continuado durante 2020, cuando todos los índices presagian la constricción de la producción y los mercados a raíz del impacto de la pandemia mundial:
<<El inicio de la crisis de COVID-19 no puso fin a la época de bonanza para los accionistas. Según los informes de las propias empresas, Microsoft y Google han repartido entre sus accionistas más de 21000 millones y 15000 millones de dólares, respectivamente, desde enero de este año. Asimismo, a pesar de que la demanda de sus productos se ha reducido durante la pandemia, desde enero de este año el fabricante de automóviles Toyota ha distribuido entre sus inversores más de un 200% de los beneficios obtenidos en este periodo. BASF, el gigante químico alemán, ha pagado a sus accionistas más del 400% de sus ingresos en los últimos seis meses. El gigante farmacéutico estadounidense AbbVie ya ha distribuido entre sus accionistas el 184% de sus ingresos netos durante los dos primeros trimestres de 2020. Por otro lado, tres de las principales empresas estadounidenses que están desarrollando vacunas contra la COVID-19 gracias a miles de millones de dólares de inversión pública (Johnson & Johnson, Merck y Pfizer) ya han distribuido 16000 millones de dólares entre sus accionistas desde enero de este año.
Pero no solo las empresas rentables han seguido pagando a sus accionistas. Las seis mayores empresas petroleras del mundo (Exxon Mobil, Total, Shell, Petrobras, Chevron y BP) han acumulado pérdidas por valor de 61700 millones de dólares entre enero y julio de 2020 y, sin embargo, se las han arreglado para repartir entre sus accionistas dividendos por valor de 31000 millones de dólares en ese periodo. Seplat Petroleum, la mayor empresa petrolera de Nigeria, distribuyó entre sus accionistas un 132% de los beneficios obtenidos durante los seis primeros meses de 2020, a pesar de que el país se encuentra en riesgo de entrar en colapso económico.>> ¿Cuántos desafíos y necesidades se podrían abordar y solucionar con una pequeña parte de estos recursos que van a los cuatro estómagos de las vacas sagradas empresariales globales? El mundo al revés, el capital de espaldas a la realidad del sufrimiento humano. Es por ello que ratificamos la necesidad imperiosa de amplificar la voz de los pueblos y sus carencias. Debemos condenar la voraz mezquindad del capitalismo en tiempos en los que, como decía el maestro Simón Rodríguez, corresponde entreayudarnos. El informe de Oxfam profundiza, con cifras inapelables, la desviación del sistema que sólo obedece a la ambición y el apetito de un pequeño grupo de personas y condena a las grandes mayorías a las penurias de la escasez, el hambre y la muerte. Recaudar beneficios lucrativos en medio de una crisis como la que vive el mundo en la actualidad es, cuando menos, una afrenta a la humanidad y sus necesidades urgentes. Es el sinsentido del sistema dominante. El Comandante Hugo Chávez ya lo decía en las Naciones Unidas con su diáfana voz de trueno en su intervención en 2009: “Necesitamos eso, una forma histórica nueva. Hace años se está hablando del nuevo orden, y lo que tenemos es el viejo orden moribundo. Necesitamos que nazca el nuevo orden, la forma histórica nueva, una forma política nueva, una forma mundial nueva. Ayer Gadafi lo dijo aquí, una nueva institucionalidad, una nueva economía, una nueva sociedad; pero verdaderamente nueva, un mundo nuevo, pues”. De la amarga experiencia del COVID-19 Naciones Unidas tiene que haber aprendido la lección: hay que rescatar la capacidad de los Estados Nacionales para dirigir la economía y los recursos para el bien de las mayorías. El neoliberalismo, la desregulación en favor de los intereses privados, ha demostrado ser un fracaso estrepitoso. ¡El capitalismo es contrario a la humanidad! La niega, la contagia, la destruye, la asesina. No hay forma de revivir a ese zombie putrefacto que deja una estela de muerte y desolación. Este es el gran desafío que nos corresponde como sistema internacional, darle poder real de acción a nuestra Organización, a partir de las capacidades nacionales reales de sus Estados miembros. El presidente Nicolás Maduro, en su alocución ante la Asamblea General este año 2020, hizo un llamado en esta dirección: “Venezuela reconoce que la Organización de Naciones Unidas en estos 75 años ha dado grandes aportes a la humanidad; sin embargo, demandamos más voluntad y esfuerzos para preservar los logros, para avanzar en nuevos objetivos”. Acabamos de afirmar que el capitalismo y la humanidad se repelen, son excluyentes. En consecuencia, si bien Naciones Unidas reposa en la tolerancia y la diversidad, es a su vez la organización multilateral que la humanidad se dio para evitar guerras, tragedias y conflictos innecesarios. Para evitar que lo inhumano se imponga sobre lo humano. En consecuencia, al analizar este sencillo silogismo, si la ONU existe para que la humanidad viva segura, con justicia integral y en paz, y el capitalismo es contrario a la humanidad. En consecuencia, es fácil concluir que la ONU sólo podrá cumplir con su rol de manera fidedigna y completa cuando le pongan freno al cáncer del capital como amo y señor de los destinos de los pueblos. Por eso, reivindicamos la nobleza y humanidad de la Agenda 2030 y rechazamos los obstáculos a su consecución y cualquier acción carroñera del capitalismo para aprovecharse de ella y obtener ganancias. En lo absoluto negamos el rol de los sectores privados a la construcción de una humanidad justa, pero no son ellos los que pueden llevar las riendas de las decisiones políticas y económicas de los Estados Naciones. El gobierno de lo público sobre la economía, para que las riquezas y ganancias se orienten prioritariamente a garantizar los derechos sociales de los pueblos (los ODS), debe asumirse como única fórmula para la felicidad de los pueblos en un mundo post capitalista. No es momento de velar por intereses particulares, sólo juntos, y realmente unidos podremos superar las dificultades y sentar las bases para un relanzamiento de los valores de solidaridad y hermandad en los cuales se fundó las Naciones Unidas. El presidente Nicolás Maduro también ofreció una importante reflexión sobre este particular en su discurso con motivo de la celebración de los 75 años de la organización: “Siempre recordamos el surgimiento del Sistema de Naciones Unidas al calor de la victoria contra el fascismo, contra el nazismo. Las expresiones capitalistas y de extrema derecha más horrorosas que ha conocido la humanidad y que llevaron a una guerra que unió a la humanidad”. Este llamado que hace el líder de la Revolución Bolivariana nos lleva al peligro que representa la vocación imperialista de los Estados Unidos en este momento crucial. Es la reedición de un espíritu que niega la diversidad humana, la multiplicidad de voces: si no estás conmigo, estás contra mí, es su consigna. Un pensamiento y acción que va en contra los principios constitutivos de la Carta de Naciones Unidas y el Derecho Internacional Público. La estrafalaria intemperancia de la administración de Donald Trump, traduce su necesidad de control y poder en guerras, amenazas y medidas coercitivas ilegales contra los pueblos. Busca asfixiar sus economías, no repara en las dificultades propias de la crisis pandémica; su único propósito es doblegar al pensamiento soberano, el pensamiento original. Donald Trump se comporta como ese niño rico del barrio que es dueño del balón y que, cuando el fragor del juego no responde a sus caprichosos apetitos, simplemente se lo lleva casa y deja al resto del barrio mirando para el cielo. O gana, o arrebata. El capitalismo bajo Trump, es el más nítido ejemplo de la Barbarie a la que se refería Rosa Luxemburgo, al contraponerle el socialismo. Nuestro pueblo demuestra su dimensión al afrontar con dignidad la lucha de resistencia ante el ataque sistemático e implacable de la élite que gobierna Estados Unidos. Nada nos ha detenido. A pesar del cerco cada vez más asfixiante, a pesar de las amenazas para tratar de vulnerar la voluntad del pueblo venezolano, a pesar de las dificultades superiores que suponen la pandemia por COVID19, seguimos de pie. Este año habrá elecciones en Venezuela para renovar el poder legislativo, siempre apegados al mandato de nuestra Constitución Nacional. Para avanzar en esta senda democrática para la resolución de controversias políticas internas, el Presidente Nicolás Maduro intensificó el diálogo con la oposición venezolana, avanzó en hechos concretos de buena fe -como lo fue el indulto a más de 100 personas que estaban incursos en hechos que atentaron contra la estabilidad institucional del país-. La Revolución Bolivariana avanza en la reconstrucción de la institucionalidad nacional como un ejercicio constante de soberanía y autodeterminación. Estos resultados tangibles crearon caos y confusión en los centros hegemónicos, que, a su vez, profundizaron su agenda de agresión al sistema democrático nacional en un claro ejercicio intervencionista. Como cada año, volvemos a demandar enfáticamente que cese el bloqueo contra nuestros hermanos cubanos. Ya basta de sufrimiento. Basta de mecanismos ilegales y anacrónicos que no llevan ningún sitio. Basta de la arrogancia de otros tiempos, de un mundo que ya transmutó. Durante los discursos de la celebración de los 50 años del Sistema de Naciones Unidas, Fidel Castro, ese referente inconfundible de la dignidad latinoamericana, preconfiguraba el mundo necesario, aquel que debía impulsar las Naciones Unidas:
“Queremos un mundo sin hegemonismos; sin armas nucleares; sin intervencionismos; sin racismo; sin odios nacionales ni religiosos; sin ultrajes a la soberanía de ningún país; con respeto a la independencia y a la libre determinación de los pueblos; sin modelos universales, que no consideran para nada las tradiciones y la cultura de todos los componentes de la humanidad; sin crueles bloqueos que matan a hombres, mujeres y niños, jóvenes y ancianos, como bombas atómicas silenciosas. Queremos un mundo de paz, justicia y dignidad en el que todos, sin excepción alguna, tengan derecho al bienestar y a la vida”. Aún retumban sus palabras, por lo ciertas y lo actuales. El nuevo mundo debe condenar el sinsentido de estos apetitos. Luego de 75 años del Sistema de Naciones Unidas, debemos consolidar las bases de la institucionalidad multilateral para no caer en las manos de la reedición de la intemperancia imperialista que nos convocó en primer lugar. Así lo señaló claramente el Presidente Nicolás Maduro cuando cerró su intervención durante el aniversario del Naciones Unidas:
“Si el mundo venció al fascismo hace 75 años, el mundo podrá vencer, en esta etapa, a aquellos que quieren imponerse como hegemón dominante. Podrá vencer a las ideas imperialistas y podrá vencer al neofascismo. Estamos seguros de ello. El mundo unido podrá avanzar en una nueva senda. Estamos llenos de esperanza y de sueños. Cuenten con Venezuela. 75 años del Sistema de Naciones Unidas y Venezuela de pie le dice al mundo: cuenten con nosotros para la construcción de ese mundo nuevo, sin imperios, sin hegemón, de los pueblos. El siglo XXI le pertenece a los pueblos”. Así pues, para que nuestra Organización tenga el poder real para garantizar que, efectivamente, las “naciones estén unidas”, debe disponerse a estrenar, por fin, sus pantalones largos y dedicarse, sin las distracciones propias del capital coporativo, a hacer más humana a la humanidad, oponiéndose de una vez por todas a la soberbia hegemónica y poniendo toda su estructura, políticas, coordinaciones y fortalezas al servicio de pueblos y su derecho supremo a la felicidad. En una verdadera democracia mundial, los pueblos gobiernan el mundo, incluyendo a las corporaciones privadas, nunca al revés. No podemos dejar pasar este tren para los cambios, si no nos subimos, la humanidad entera se descarrilará y caerá en el despeñadero final. Actuemos juntos, vivamos con igualdad, en Paz.